lunes, 28 de abril de 2014

La Perrosterona y mi bolsillo derecho

Hace unos años compré un perro Beagle. Los que compramos un perro de esta raza, especialmente si es cachorro, no lo hacemos racionalmente. Simplemente uno se enamora del perro y punto, cuando despierta está limpiando charcos de pipí en algún mueble de la casa.
Simón - Un gigoló de 2 meses de edad 
Sin embargo yo tenía un plan. Mis cuentas decían que Simón, así se llama el Beagle, un perro con certificación de raza, sería apetecido por las féminas caninas para engendrar cachorritos a su vez de la más refinada estirpe.
Lo habitual es que el macho reciba como parte de pago uno de los cachorros de la camada, que usualmente es de cuatro o cinco animalitos. Así que, decía yo, si le consigo una novia mensual tendré un cachorro mensual, y un cachorro mensual es una cifra bastante apreciable de dinero.
Respecto al compromiso de tener sexo una vez al mes tenía la plena fe de que ese cachorrito con apariencia de Giordano iba a ser un macho cabrío lleno de testosterona que iba a arrasar con la población de perras Beagle de la ciudad en la que vivo. Alguien me dijo que la testosterona es un tema de humanos, que en los perros debería ser otra hormona, así que sin saber si existía, mis esperanzas económicas estaban basadas en la efectividad de la perrosterona de Simón.
Convertido en una especie de proxeneta canino, me dedique en primera instancia a formar a este futuro  Gigoló Perruno para que fuera el adulto brioso que tanto anhelaba mi bolsillo derecho. Igualmente me dediqué a averiguar por las futuras concubinas de Simón.
Entre otras cosas le pagué entrenamiento de primer nivel, doce módulos de cuatro clases cada uno. Cuyo costo sumado superaba lo que mi esposa y yo pagamos por nuestros pregrados en Universidad Pública. Fueron seis largos meses en que la niña que lo adiestró logró que el animalito hiciera cosas que uno sólo ve en los perros de la televisión. Se sentaba, daba vueltas, se quedaba sentado en la puerta y no salía corriendo hasta que uno no lo autorizaba con una palabra en Alemán....Mi plan iba agarrando consistencia poco a poco, ya podía ver el aviso: "Perro machote, de buena familia, educadisimo, ofrece sus servicios como reproductor" 

A partir de esto encontré varios hechos lastimosamente ciertos:

  1. Los perros Beagle tienen el nivel de adiestrabilidad de un zombie adicto al crack. Y al único que terminan haciéndole caso es al adiestrador. Y cuando usted reclama, lo que le dan a entender es que lo que sigue es adiestrarlo a Usted. (que un rayo le caiga a César Millán, que trasladó la culpa de la estupidez de nuestros perros a  nosotros los amos)
  2. En una exhibición de habilidades de perros, si tu perro es el peor de todos, Murphy logrará que justo antes de tu perro desfile el perro más inteligente de toda la exhibición. Con eso tu vergüenza pasará de ser una pena olvidable con un helado, a un total desastre que no se olvida ni con quimioterapia.
  3. La población de perras Beagle de la ciudad en la que vivo se reduce a dos perras, aparte de la mamá de Simón, que no gustan del sexo con funciones reproductivas.
  4. Efectivamente Simón tiene niveles de perrosterona que alcanzan para volver cachondos a los 101 dálmatas, pero a raíz de lo mencionado arriba su forma de evacuar la perrosterona es orinándose en todos los muebles de la casa y fornicando con una almohada que hemos adecuado para tal propósito, dado que según averigüé en Internet nadie vende perras inflables para perros calenturientos.
  5. Que sin lugar a dudas Simón se fornicaría hasta su perra madre, pero eso es muy riesgoso pues los cachorros por eso de la genética, pueden salir con rasgos similares a los del presidente. 


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